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La vida por escrito: Borges por Bioy

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Artículo de Juan Bautista Durán

La vida por escrito: Borges por Bioy

La editorial Destino publicó en 2006 los diarios de Adolfo Bioy Casares acerca de Jorge Luis Borges, posteriormente editados en edición “minor” por BackList, en 2011. Estos diarios abarcan más de cincuenta años, de 1931 a 1989, y en ellos no hay mera palabrería, sino que abundan datos y circunstancias, útiles para dar cuenta del entorno histórico lo mismo que de la personalidad de cada uno, ambos sujetos a la literatura.

De más está hablar de la amistad que les unía, de tan manida y hasta cierto punto afectuosa. La entrada más repetida, en la edición completa, dice ‹‹come en casa Borges››, puesto que durante más de treinta años, toda noche que pudo, el autor de El Aleph cenó en casa de Bioy y Silvina Ocampo. Es decir, casi todas las noches. Luego charlaban y trabajaban en los libros que prepararon juntos, ya fueran de creación propia o bien compilaciones para la editorial Emecé, en la que dirigían una colección, hasta que Borges fue nombrado director de la Biblioteca Nacional. En Emecé le propusieron a Bioy seguir a cargo de la colección, pero el autor de La invención de Morel les dijo que si Borges se iba, él también.

Bastará con este dato para hacerse a la idea de su amistad. Bioy Casares escribió en el diario rutinariamente, a última hora, cuando Borges ya estaba de vuelta para su casa. Unas veces transcribía las conversaciones que habían mantenido un rato antes, en la cena, y en otras se limitaba a breves reflexiones. Llama la atención, en general, el buen ambiente que rezuman estos diarios, un ambiente literario, deportivo y cercano. Se podrían escribir infinitas páginas al hilo de sus razonamientos, y sin embargo, aquí, el espacio no da para más de dos o tres apuntes.

Borges afirmaba que no hay que ser demasiado callado para ser muy aburrido, una sentencia que, en su boca, suena claramente a “boutade”. Lo decía por cuanto le aburría la gente que no lo dejaba hablar, que tomaba la palabra en detrimento suyo y no paraba. Lo que Borges quería era hablar él. Por eso solía rodearse de personas inteligentes pero tímidas, personas que podían responderle con una frase lúcida y el resto quedárselo, con tal de escribirlo después en un diario, a lo mejor. Se amistó con Bioy Casares, por ejemplo, y aborrecía a Ernesto Sábato, bastante dado a llevar la voz cantante.

También tenía buena relación con Carlos Mastronardi, escritor de curioso apellido. Cualquiera lo figuraría metido en un bólido —‹‹¡Mastronardi toma la última curva y será el primero en pasar junto a la bandera a cuadros!››—, con el casco y las gafas de la época, al lado del mismo Juan Manuel Fangio, y sin embargo era un señor muy calmado, escritor de complejos ensayos, y sobre todo, poesía. A María de Villarino, que vivía en el sur, le compuso uno poema que decía: ‹‹La alta mujer dolorosa/venía del sur y estaba muerta.›› No parecen versos de un amante de la velocidad, desde luego, sino de alguien paciente y atento, capaz de escuchar a Borges largo rato.

El deporte apenas aparece en estos diarios, sólo en el trato cordial, en ocasiones chismoso, que unos y otros se daban en pos de la literatura. Ni siquiera hay mención al tenis, deporte al que Bioy jugaba con frecuencia. Y sus únicas carreras, si acaso, eran dialectales: a ver quién daba primero una respuesta atinada e inteligente, para lo cual había que ser muy rápido.

A Leopoldo Lugones le paró una señora en la calle y le instó: ‹‹¿Cómo usted, con esa cara, ha escrito esos versos?›› ‹‹Sí, señora —contestó Lugones—, pero los versos no los escribo con la cara.›› Es imposible saber qué apremio se dio, pero la contestación fue certera, por oportuna y precisa, tanto que debió de quedarse grabada en la mente de la señora. ‹‹¿Cómo usted —pudo haberle dicho ella, entonces—, con esa cara, fue tan insolente?››

Este tipo de respuestas eran las que más gustaban a Borges, directas y eficaces, a partir de las cuales podía dar rienda suelta a su habilidad narrativa. Cualquier bagatela desataba su ingenio, que no sólo bebía de la literatura. Con Bioy Casares comentaban esas anécdotas, del mismo modo que ponderaban las sensaciones que cada libro les causaba. Vida de Samuel Johnson, de Boswell, es uno de los más citados, una obra de referencia para los dos y muy presente en Bioy a la hora de escribir sus diarios, en los que simplemente quiso contar cómo sintió él a Borges. La suya era una manera de recorrer la vida por escrito, de hilvanarlo todo con el rigor de un cuento bien tramado, puntuado y adjetivado. Mal que a Borges lo acuciase la ceguera. Sobre todo por eso.

‹‹‘‘She walks in beauty, like the night’’ —espetó de pronto el autor de Ficciones, al final de una cena, parafraseando a Lord Byron—. Hay que decirlo esto de una mujer morena y grande.›› ‹‹Sí —respondió Bioy—, de la alta mujer dolorosa.››



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